Si Usain Bolt hubiera nacido en Bolivia
Bolivia
pertenece al nada honroso grupo de los 70 países que nunca lograron una medalla
en los Juegos Olímpicos de entre los 204 que han participado alguna vez. Esa
condición se agrava si consideramos que, a diferencia de la mayoría de esos
países, es uno de los
más antiguos miembros del Comité Olímpico Internacional. La situación empeora
porque 38 de los Estados “sin medalla” son territorios de unas decenas de miles
de kilómetros y otras tantas de habitantes. Es decir, constituyen islas,
enclaves costeros o ciudades Estado de apenas decenas o cientos de miles de
pobladores.
Pero lo peor
es saber que a los bolivianos les robaron y les roban frecuentemente
campeonatos y medallas internacionales. Sí, se las roban…los propios
bolivianos. Claro, como en el arte o la ciencia, de vez en cuando han surgido
figuras, con potencial y hasta logrado títulos. Pero el deporte de medallas y
récords olímpicos, aún para las estrellas solitarias de los 100 metros planos
se lo alcanza trabajando en equipo.
Equipo
no es lo mismo que rosca
Y acá vale
realizar una diferenciación fundamental: en equipo, que no significa rosca, de
amiguitos o familiares bien apadrinados. Que es ése, entre otros factores, el
que desde siempre cuestionan los heroicos atletas bolivianos que, a puro
sacrificio propio, ocasionalmente lograron títulos internacionales.
¿No resulta
amargo el que los espectadores bolivianos se resignasen a hacer barra por los
sudamericanos en las Olimpiadas de Río 2016? Claro, en el fondo soñar en que
algún día aparezca un boliviano, siquiera unito, compitiendo en una final,
quizá hasta sacando una medalla de bronce. A estas alturas, mucho soñar. Pero
nada, la realidad nos pegó en la cara por lo menos 18 veces antes de ver a
algún atleta boliviano llegando a la meta. Resultó casi como si no hubiese
habido representación.
Lo mismo ha
pasado desde hace 70 años. Pero, claro, qué más podía lograrse bajo la
filosofía de la rosca y el compadrazgo, entre otras siempre vigentes. Los
contrastes eran evidentes: nuestra mejor marchista de la década pasada, Geovana
Irusta, tuvo que ir a trabajar en textileras a la Argentina, para costearse sus
entrenamientos. Y eso que a esas alturas ya había logrado medalla de bronce en
los Juegos Panamericanos. Mientras, el presidente del Comité Olímpico
Boliviano, Edgar Claure, viajó a las Olimpiadas de Londres con esposa e hijos a
un hotel 5 estrellas. Es apenas un botón de muestra de nuestra historia
deportiva.
Instituciones
deportivas
Claro, a la
hora de evaluar el cuasi anonimato boliviano en Río 2016 se volverá a reclamar,
con mucha justicia, condiciones de excelencia. Atletas seleccionados en
recurrentes competencias organizadas sistemáticamente bajo estructuras que
involucren a colegios, universidades y clubes. Muy cierto.
Atletas muy
bien alimentados y supervisados en sus hábitos. Atletas que tengan el apoyo
psicológico de especialistas y sepan alcanzar una óptima inteligencia
emocional. Por supuesto.
Centros de
formación, de alto rendimiento, acreditados internacionalmente y sistemas de
becas de excelencia en cunas de medallistas olímpicos. Sin duda alguna. Responsables del Ministerio de Deportes que
hayan hecho del deporte una ciencia, es decir administradores de empresas
deportivas, médicos deportivos, entrenadores egresados de universidades del
deporte. Sí, claro, cierto de toda certeza.
Seguramente,
con esa base, avanzarían mucho los fondistas bolivianos de los Andes, los
velocistas de los llanos, los ciclistas de los valles y tantos otros. A cuántos
no vimos dar batalla, en determinada jornada de gloria, frente a campeones que
habían recibido 100 veces más apoyo de sus gobiernos.
Que mueran las roscas
Pero no sólo
les faltaron y faltan esas condiciones institucionales a nuestros atletas. En
esta y en las siete décadas pasadas, faltó cortar de raíz esa mentalidad
cuartelaría y clasista que condena a miles de jóvenes y no sólo en el deporte.
Eso de “pagar derecho de piso”, “que aprenda solo”, “que sufra pues si quiere”,
“que se joda”. Lo atestiguan miles de ex deportistas decepcionados de esos
“antiguos” que transfirieron su resentimiento a quienes llegaban a las pistas o
los campos. Es decir, más “roscas”.
Ha faltado
acabar con el cortoplacismo de querer títulos, campeones y genios invirtiendo
1.000 pesos y 15 días. Ese cómodo cortoplacismo traducido en que el Presidente
hubiese pretendido que los atletas bolivianos traigan medallas a cambio de 30
mil dólares de premio. Podría haberles ofrecido un millón y hasta las Reservas
Internacionales. No pues, así nunca, nunca ha funcionado. Es casi confundir el
deporte con sicariato y ni el sicariato funciona así.
Ha faltado
romper la fatuidad de querer títulos a cualquier precio, para lucirlos, no por
merecerlos. Práctica tan rutinaria en Bolivia que empieza en los campeonatos de
barrio y acaba en las colaciones universitarias y hasta en los cóndores de los
Andes. La práctica de ganar en mesa lo que no se puede en cancha. Claro,
plasmada en otras roscas consagratorias de dirigentes que juegan el pasanaku de
otorgarse condecoraciones y distinciones cada año, con borrachera
adicional.
Por ello, si
nace un gran atleta o un genio científico o artístico en Bolivia tiene escasas
probabilidades de consagrarse. Probablemente chocará con un gerente o directivo
de la organización que sea pariente inútil, amante compensada o un compadre de
farras del principal responsable. Seguramente, deberá pelear, generalmente en
vano, por las becas y beneficios que recibirán los hijos de ese pariente, esa
amante o el beodo compadre. Sin duda, tendrá que escuchar mil veces “no hay
plata”, “no está el cheque”, “se perdieron tus botines” mientras sí los había
para otros. Y hasta no sería nada raro que pase hambre, antes de ser criticado
por una tribuna de panzones.
No por nada,
hay cientos de casos de bolivianos que tras pasarla de migrantes triunfaron
lejos. Les dieron condiciones y enfrentaron escasas o ninguna rosca, ese
gigante mal boliviano.
Gigantesco
sí, aterrador, destructor no sólo del deporte, sino de mucho más. ¿No son acaso una gran rosca los
cooperativistas mineros? Rosca a la que no le importa ni la vida de la gente ni
el medio ambiente. ¿No son otra megarosca los cocaleros funcionales al
narcotráfico? ¿No son una rosca perversa los latifundistas soyeros? ¿No son
otra rosca troskosa los sindicatos de docentes? ¿No se ha vuelto sinónimo de
rosca la “autonomía universitaria”? Obviamente hay muchas más. Mayores
referencias en cualquier entidad pública y privada.
Por eso si
Usain Bolt hubiese nacido en Bolivia, probablemente le hubieran volado la mano
con dinamita o contaminado los pulmones con glifosato. Seguramente, a nombre de
mil pretextos, le hubiesen engañado sus salarios y beneficios sociales. Y
claro, cuando después de mil afanes hubiese llegado a la pista, habría
encontrado que le cambiaron su registro, para favorecer a algún ahijado. Todo
eso antes de que el Bolt boliviano hubiese huido del país cubriendo cada 100
metros en 9 segundos y para nunca
más volver.
Elpaisonline.com
Si Usain Bolt hubiera nacido en Bolivia
Reviewed by Fabian
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6:56:00 a.m.
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